“¡Lo que Él quiera! Si él no lo quiere, ¿para que
vamos a quererlo nosotras?” Madre Maravillas de Jesús,
carmelita descalza
Cuando visitaba al Santísimo, me percaté de algo que quizás no quise
saberlo antes o no estaba preparada para conocerlo. Dios y sus innumerables detalles siempre
sorprenderán a las almas pequeñitas.
Desde hace ya tiempo he deseado para con Dios obsequiarle la prueba más
grande de amor y es morir por él. No veo otro camino para colmar tanto amor
recibido. Ni encuentro la plenitud en otra forma de vivir sino es dar la vida
entera hasta consumirse por él.
Sin embargo en mi limitada conciencia descubro la ternura infinita del
Padre que me hizo reconocer en adoración un detalle muy simpático que se los
quiero contar.
Mientras conversábamos Él y yo, una señora de avanzada edad, iba saliendo
de la Iglesia, como apresurada y conversando para ella misma, de repente otra
un poco más joven la detiene diciéndole: “¡A
dónde va usted señorita!, si vino conmigo, conmigo se regresa a casa”. Aquella ancianita había perdido la noción de
con quién estaba, o a dónde iba, creo que la ciencia lo llama alzheimer, yo
sólo vi en ella algo que me cautivó para siempre.
Me vi a mi, dejándome conducir por alguien (y esta idea no niego que me
aterró), me vi analizando una situación distinta de la que cómo yo hubiera
deseado morir. Siempre me ha emocionado mucho la idea del martirio de sangre o
de amor, pero en esta ocasión me vi, indefensa, abandonada, “cucú”, como dirían
burlescamente algunos, ¡como diría yo!. Entre lágrimas solo pude decir, aquella
tarde: “Señor, si tú lo quieres, también lo quiero yo”.
Inmediatamente recibí la gracia de la alegría en mi alma, un frescor, como
una mañana nueva. Ya no era entonces, lo
que yo buscaba. Aquella tarde
resolvimos Él y yo, vivir y morir cómo Él quiera que viva y muera…